Reflexiones a pie de página
Hace más de tres años, meses antes de irme de Nicaragua, analicé y reflexioné sobre muchas decisiones en mi vida, especialmente aquellas que tomé desde la crisis de 2018. Una de mis grandes reflexiones, y la que me llevó finalmente a decidir salir de Nicaragua, fue la enorme carga emocional que conllevaba mi activismo político. Las peleas, las discusiones y los desacuerdos fueron desplazando a las ideas. Y cuando ya no hay ideas que discutir, lo único que queda son los cargos, los puestos, los viajes o los méritos. El poder como "botín de guerra".
En esa reflexión también comprendí que me faltaba mucho por crecer como ser humano, como hijo, como hermano y como profesional. Que me había equivocado innumerables veces y no tuve la humildad para reconocer mi ignorancia y errores, ni la valentía de disculparme debidamente, y que mis miedos los ocultaba en mi soberbia.
Fue un proceso largo, cansado y doloroso. Pero también descubrí que, entre tantos errores y fracasos, aquello que consideraba mis valores y mis principios permanecieron intactos. Y fueron esos valores y principios los que me mantuvieron firme ante mis dudas. Esto es lo que me permite opinar o decir lo que pienso sin que se ponga en duda mi honestidad y transparencia. Porque podrán criticar mis actitudes, mis fracasos y todo aquello que me hace humano, pero ni mi dignidad ni mi libertad están comprometidas o en entredicho.
No he dejado de reflexionar cada vez que a mi mente se viene algún recuerdo del pasado. La vida es un camino incierto que yo no he sabido recorrer. Pero no hay nada que nos libere tanto de esa carga como saberse débil y frágil. Porque solo el poder corrupto y absoluto se sostiene en la perfección y en la necesidad de aparentar ser fuerte. Todos tenemos un alter ego por conocer y aceptar.
No dejo de sentir pena, vergüenza y tristeza de que esta terrible tragedia que tiene embargado al país haya resultado en un enorme fracaso. Que toda aquella ilusión que esperanzó al país se haya reducido únicamente a emociones y sentimientos, a nada más que eso. Pero esto también me ha llevado a comprender que ni yo ni quienes vendrán después tenemos la fuerza, por sí solos, de cambiar un país. Nos necesitamos todos para crear una fuerza que transforme lo que hasta ahora hemos construido o destruido.
Hay realidades que superan nuestra imaginación, como sucede en Nicaragua. Hoy comprendo que lo que somos como país y sociedad no lo va a cambiar la caída o llegada de un nuevo gobierno, ni todas estas cosas con las que nos hemos autoengañado durante estos años para supuestamente derrocar al gobierno.
La ingenuidad, al igual que la debilidad, no tiene cabida en este mundo de mierda en el que vivimos. Pero no es necesario renunciar a nuestros sueños por muy dura que sea la realidad, sino que es necesario transformar y llevar nuestros sueños a otra realidad posible. Y cuando reconozco mis debilidades y acepto la ayuda de otros es cuando es posible hacer las cosas diferentes. Porque ese poder, al que muchos aspiran con una visión reducida del mundo, donde solo caben los que piensan y opinan como yo, es, sin ninguna duda, un poder totalitario.
Estamos, pues, ante la dialéctica de la rebelión que expone Camus en su libro "El hombre rebelde". Si no sabemos encontrar los límites entre lo que consideramos justo e injusto, aquello por lo que luchamos se convertirá irremediablemente en una tiranía. Debemos pensar más allá de las ideologías y reagruparnos en valores que, independientemente de cómo pensamos u opinamos, forman parte irrenunciable de todo ser humano: la dignidad humana.

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